Galicia vivió un día de elecciones con gran incertidumbre, marcado por la posibilidad de un cambio en el gobierno autonómico. Las encuestas sugerían un desgaste del PP, que llevaba cuatro mayorías absolutas, y vislumbraban la opción de un gobierno liderado por el BNG y el PSOE. Sin embargo, los resultados sorprendieron, y el PP retuvo la mayoría, con Alfonso Rueda al frente de la Xunta con 40 escaños, dos menos que en 2020.
El BNG experimentó un fuerte crecimiento, consolidándose como alternativa con 25 diputados, seis más que en la última elección. En contraste, el PSOE sufrió su peor resultado histórico, obteniendo solo 9 parlamentarios, cinco menos que en anteriores comicios. La participación fue alta, con el 67% de los gallegos acudiendo a las urnas, pero no fue suficiente para alterar significativamente el panorama político.
Los resultados reflejaron la falta de pulsión de cambio, con el PP manteniendo su colchón de apoyo y su sólida organización. Aunque hubo expectativas de un posible vuelco hacia el nacionalismo gallego, el partido liderado por Rueda logró satisfacer a sus votantes con una defensa de la identidad gallega sin confrontaciones. La victoria del PP, aunque con menos escaños que en 2020, le da un nuevo mandato para gobernar.
En este contexto, figuras clave como Ana Pontón del BNG emergen como referentes históricos, con un éxito notable en estas elecciones. Mientras tanto, la presencia de Democracia Ourensana en el Parlamento añade un elemento atípico al panorama político, aunque no como llave de la Xunta. En su discurso, Rueda enfatizó el compromiso de su gobierno con la igualdad y rechazó cualquier forma de chantaje o privilegios.