Desde Washington, el Departamento del Tesoro anunció que ha emitido una licencia de reemplazo que otorga a las compañías un período de 45 días para finalizar sus operaciones en el sector de petróleo y gas en Venezuela. Este anuncio se produce después de advertencias previas de la administración estadounidense sobre la posibilidad de reinstaurar sanciones si Maduro no cumplía con los acuerdos pactados. Este giro en la política exterior de EE.UU. refleja la tensión continua con el régimen venezolano, que ha sido objeto de sanciones desde 2019 bajo la administración de Donald Trump.
Maduro, por su parte, ha cumplido algunos aspectos del acuerdo del año pasado pero ha fallado en otros críticos, como permitir una competencia electoral justa y libre. Esto ha llevado a Washington a reconsiderar y finalmente a decidir no extender la licencia que había suavizado las restricciones petroleras. Funcionarios estadounidenses han criticado específicamente la descalificación de candidatos y partidos por tecnicismos y han denunciado lo que consideran un patrón continuo de acoso y represión contra figuras de la oposición y la sociedad civil en Venezuela.
El impacto de la reanudación de estas sanciones es significativo tanto para la economía venezolana como para las relaciones internacionales. Venezuela ha expresado que está preparada para cualquier escenario y ha declarado que puede resistir la presión de las renovadas sanciones petroleras. Sin embargo, este desarrollo plantea dudas sobre la estabilidad futura del país y la efectividad de las sanciones como herramienta política.
La decisión de Estados Unidos de reinstaurar sanciones es un claro indicativo de que los esfuerzos diplomáticos y las negociaciones previas no han producido los resultados esperados en términos de compromisos democráticos en Venezuela. Mientras la comunidad internacional observa, la situación en Venezuela sigue siendo un foco de atención debido a su impacto potencial en la región y en el mercado global de petróleo. La medida tomada refuerza la postura de EE.UU. de utilizar restricciones económicas como un medio para presionar por cambios políticos en países con regímenes que considera autoritarios o que no cumplen con los estándares democráticos internacionales.