La marcha, que tuvo lugar en Buenos Aires, fue una demostración de fuerza y unidad por parte de la comunidad universitaria. El evento no solo destacó la importancia del acceso libre y universal a la educación, sino que también subrayó la resistencia a medidas percibidas como restrictivas de la libertad de expresión y protesta.
A pesar de las intenciones del gobierno de implementar el protocolo, la escala de la marcha hizo que este fuera impracticable. Las autoridades locales optaron por una aproximación más permisiva, permitiendo que la marcha se desarrollara sin mayores conflictos. Esto contrastó con la política más estricta que se había anticipado, mostrando una discrepancia entre el enfoque nacional y las realidades locales.
El evento pasó sin incidentes mayores, lo cual es testimonio del carácter organizado y pacífico de los manifestantes. Aunque el protocolo buscaba evitar interrupciones significativas en la vida diaria de la ciudad, la acción colectiva mostró que hay momentos en que los mensajes políticos y sociales necesitan un escenario más amplio que una simple acera.
Esta marcha ha dejado claro que, aunque existan reglas y protocolos, el espíritu de protesta y la necesidad de expresar descontento pueden encontrar formas de manifestarse. La educación pública sigue siendo un tema crítico en Argentina, y su defensa parece capaz de movilizar a amplios sectores de la sociedad, desafiando incluso las normativas más estrictas.