Durante la sequía, muchas regiones ganaderas vieron una reducción drástica en la producción de pasto, lo que llevó a un aumento en los costos de alimentación y a una disminución en la productividad de los animales. La falta de agua también afectó directamente a los rebaños, reduciendo su salud y capacidad de reproducción. Los productores se vieron obligados a vender parte de sus animales para reducir costos, lo que afectó la oferta y los precios en el mercado.
Con la llegada de las lluvias, las expectativas de recuperación se vieron rápidamente frustradas por inundaciones que anegaron campos y dificultaron el acceso a las pasturas. Las zonas bajas y planas, características de muchas regiones ganaderas, se vieron especialmente afectadas, con grandes extensiones de tierra bajo agua. Esto no solo ha afectado la producción actual, sino que también ha dejado daños estructurales en los campos que requerirán tiempo y recursos para ser reparados.
Además de los daños directos a los campos y al ganado, las inundaciones han afectado la infraestructura rural, complicando la logística de transporte y acceso a mercados. Las rutas y caminos rurales, esenciales para la movilización de insumos y productos, se han visto deteriorados, aumentando los costos de operación y reduciendo la eficiencia de las explotaciones ganaderas. Esta situación ha generado un llamado urgente por parte de los productores para obtener apoyo gubernamental y medidas de mitigación.
A pesar de estos desafíos, la resiliencia del sector ganadero es notable. Los productores están implementando estrategias de adaptación, como el uso de forrajes alternativos y la mejora de infraestructuras hídricas, para enfrentar estos extremos climáticos. Sin embargo, es evidente que se necesitan políticas a largo plazo y apoyo continuo para asegurar la sostenibilidad de la ganadería frente a los cambios climáticos cada vez más frecuentes.
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