En primer lugar, pidió “por el legado de Chávez” que se muestren las actas (ya las mostró la oposición), jugando a favor de Nicolás Maduro, que está falsificando actas.
Asimismo, expresó que en Venezuela no hay “ángeles ni demonios”, usando la táctica de todos los miserables del mundo: equiparar a la oposición, que está siendo asesinada y torturada, con la dictadura, que asesina y tortura.
CFK no hace eso por ideología, dado que la única ideología de los kirchneristas ha sido siempre los negocios y el poder. Lo hace porque sabe que cualquier enojo que pueda provocar a Maduro generará de inmediato una reacción en la que se revelarán negocios oscuros y beneficios que recibieron los Kirchner de parte de la dictadura venezolana.
La relación entre el chavismo y el kirchnerismo fue siempre profundamente corrupta, con valijas que salían de Caracas y llegaban a Buenos Aires cotidianamente, y con negocios y beneficios enormes para los kirchneristas en Venezuela.
CFK sabe cómo se comporta la mafia porque integra esa mafia. Por eso debe ser cautelosa en sus dichos. La omertà ante todo. El legado de Chávez son negocios espurios, tortura y muerte, y los kirchneristas son todos cómplices.
En el plano nacional, es auspiciosa la reaparición de Mauricio Macri. El PRO, bajo el estrafalario dominio de Larreta, se había convertido en un partido invotable, una especie de gobierno peronista feudal condimentado con ramalazos de cultura woke.
La vuelta del PRO a ser una opción liberal y enfrentada al ladriprogresismo es una buena noticia. El gobierno, que acierta con las medidas de reforma del Estado pero muestra una enorme incompetencia en el día a día de la gestión, necesita imperiosamente mantener la masa crítica que sirvió para la aprobación de la Ley de Bases.
Sin el apoyo dinámico del PRO, el gobierno, que aún no puede salir de una recesión económica que da miedo, se vería en problemas aún mayores. Además, un gobierno con tendencia a encerrarse necesita que se le digan las cosas con claridad política: el aviso de Macri en contra de la nominación de Ariel Lijo es una marca de línea roja que el gobierno no debería traspasar, ya que la candidatura de Lijo está apoyada por lo peor de la justicia y de la política.
En el capítulo de la idiotez argentina cotidiana, resaltó esta semana una declaración desopilante de la Academia Nacional de Periodismo, diciendo que hay una “persecución” contra la periodista María O’Donnell. Yo recomendaría a la academia de periodismo que se preocupe por su reputación, ya que son uno de los colectivos con peor ponderación entre los ciudadanos y que reflexionen sobre cómo revertirlo. También podrían analizar por qué hay tanta gente en los medios con niveles intelectuales tan bajos.
Ellos dicen que “trolls y seguidores de Milei” la persiguen en redes. Yo he criticado a O’Donnell muchas veces en redes por las tonterías que decía, en especial por cierta actitud miserable con las víctimas de represión durante la cuarentena medieval de Alberto Fernández. También veo que mucha gente la critica, y al igual que yo, no son trolls ni seguidores de Milei. Periodistas, incluso, o ciudadanos con nombre y apellido. Problemas de prioridades enormes tiene esa Academia.
Esta semana también se revelaron chats y fotos de Alberto Fernández, cuando era presidente, arreglando y adjudicando seguros estatales para vendedores amigos y para su secretaria. Una ciudadanía hizo presidente a un tipo que debería haber sido, como máximo, vendedor de seguros corrupto. No hay explicación más clara de por qué Argentina es un país decadente.
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