¿Por qué la agricultura argentina no crece al ritmo de la brasilera?

El siguiente artículo a continuación sintetiza una presentación realizada en el Primer Congreso Diálogos de América Latina: Perspectivas Económicas sobre Subdesarrollo (1st Latin American Dialogues: Economic Perspectives on Underdevelopment), celebrado en Brasilia (Brasil) en el mes de agosto de 202

La agroindustria es esencial para el comercio exterior de Argentina y Brasil, pero de mayor preponderancia relativa en nuestro país. En este sentido, entre los complejos Soja, Maíz y Trigo se explica 

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Comparando el promedio de la década del 1990 con la cosecha 2021/22, encontramos un volumen productivo de soja, maíz y trigo que creció 

 en Argentina. Sin embargo, el Brasil mostró en el mismo período un alza productiva cercana al 

.

Hay dos factores clave que explican esta divergencia en lo que va del siglo. Un 

, que es la existencia de derechos de exportación y un f

 que es la brecha cambiaria. Ambos factores reducen el ingreso disponible de las cadenas agroindustriales, lo que limita las posibilidades de inversión y crecimiento del sector productivo. Como bien destaca el Banco Mundial, considerando que en 2023 el tipo de cambio oficial fue, en promedio, un 50% más bajo que el del mercado libre, a lo que se suma el 33% de derechos de exportación, 

De acuerdo con datos del BID, si consideramos el período 2002-2021

En Brasil el apoyo positivo al campo se encuentra principalmente fundamentado en planes de fomento como el 

, que amplifican sustancialmente la capacidad de crédito e inversión de la agroindustria. En este marco, programas tales como el Moderfrota colaboraron con que el número de tractores aumente casi un 50% entre los censos agropecuarios del 2006 y 2017 del Brasil.

No conforme con ello, existen otros factores que también colaboran a explicar el divergente desempeño entre la agricultura argentina y la brasilera. Entre ellos, se destacan la 

A pesar de esta dinámica, la Argentina tiene ventajas y espacio para recuperar el terreno perdido. Con un incremento del área sembrada – respectando la ley de bosques – y con una disminución de las brechas tecnológicas, la producción argentina podría recuperar el terreno perdido y ganar más peso relativo respecto a las cosechas brasileras.

El sector agroindustrial es una actividad de gran importancia en América Latina, con un dinamismo sostenido desde comienzos de la década de 1970. Según datos del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), en la campaña 1970/71 la región alcanzaba el 4% de la producción mundial de los principales cereales y oleaginosas1, mientras que en el ciclo 2023/24 esa participación ascendió al 14,3%. En términos absolutos, en los últimos 50 años la producción mundial de estos productos se ha triplicado, mientras que en América del Sur se ha multiplicado por diez. Simultáneamente, las exportaciones han crecido al ritmo de la producción, pasando de 11,3 millones de toneladas exportadas a 231,1 millones de toneladas en el mismo período. En términos relativos, en la campaña 2023/24 la región alcanzó una participación del 32,7% en las exportaciones mundiales, frente al 8,6% en 1970/71.

A nivel de países, Brasil y Argentina son de gran relevancia en el sector agroindustrial de la región. Juntos, representan poco más del 90% de la producción y exportaciones de los principales cereales y oleaginosas de América del Sur. Desde la década de 1970, la participación combinada de ambos países en la producción y exportaciones ha superado el 80%. No obstante, aunque Brasil y Argentina son los principales productores y exportadores de productos agroindustriales de la región, la dinámica productiva de ambos países es muy diferente.

En Argentina, la participación en la producción mundial de los principales cereales y oleaginosas creció de forma sostenida desde finales de la década de 1980 hasta 2006. A partir de entonces, se observa un período más cíclico y un estancamiento en la participación productiva a nivel mundial. A nivel regional, la participación de Argentina en la producción de América del Sur aumentó hasta finales de la década de 1990, momento en el cual comenzó a disminuir en términos relativos. Esto no significa que Argentina dejó de crecer en producción, ya que desde 1997 la ha duplicado, pero Brasil la ha cuadruplicado en el mismo período. En términos relativos, desde 1997 Brasil ha incrementado su participación productiva regional en 15,4 puntos porcentuales hasta alcanzar el 64,6% de la producción sudamericana, mientras que la participación de Argentina ha disminuido en 13,3 puntos porcentuales, situándose en 25,8% respectivamente.

A partir de lo expuesto, se observa que Argentina sigue siendo un país relevante en la producción de cereales y oleaginosas en América del Sur. Sin embargo, es notable la caída sostenida en su participación relativa debido a un crecimiento más acelerado de la producción en Brasil. En este sentido, el objetivo del presente trabajo es evaluar los determinantes de la desaceleración relativa del crecimiento productivo agrícola en Argentina respecto a Brasil en los productos de soja, maíz y trigo desde 1990 hasta la actualidad.

En cuanto al rol de la agroindustria en la economía de Argentina y Brasil, es un sector con fuerte peso desde múltiples aristas. Dentro de su relevancia agroindustrial, el trigo, la soja y el maíz son los protagonistas. Entre estos tres cultivos se explica el 77% del área cosechada en Brasil y el 82% de Argentina para la campaña 2021/22. Al mismo tiempo, si consideramos a los complejos exportadores de estos tres cultivos, estos representaron el 21% de las exportaciones brasileras y el 44% de las argentinas en 2022. En este sentido, se destaca que el Brasil cuenta con una matriz exportadora más diversificada y con otros productos teniendo una relevancia importante en el sector externo.

En el plano productivo, a lo largo de la década iniciada en 1989 hasta el fin del milenio pasado, la producción promedio de soja, maíz y trigo en Brasil se ubicó en promedio 60% por encima de la argentina. Estas diferencias se ven explicadas fundamentalmente por la soja y el maíz. En el caso del trigo, Argentina siempre ha producido más que Brasil, siendo este país de hecho el principal destino de exportación del Complejo Trigo argentino.

Al mismo tiempo, sobre finales del milenio pasado, el crecimiento de superficie sembrada en Argentina fue de gran relevancia, sobre todo debido a los avances en tecnología e innovación incorporadas al agro argentino que permitieron que la diferencia en la producción de granos entre países sea menor al 20%. Uno de los hitos en este camino fue la aprobación de la soja tolerante al herbicida glifosato en 1996, que marcó el ingreso con fuerza de Argentina a los mercados modernos de organismos genéticamente modificados (OGM).

En este sentido, las nuevas tecnologías introducidas en la producción han sido factores esenciales para incrementar la productividad agrícola argentina, en muchos casos mejorando directamente los rendimientos productivos y en otros permitiendo el uso de técnicas de producción más eficientes. Actualmente, el 99% de la soja y maíz cosechado a nivel nacional es con semillas mejoradas genéticamente ​(

)​.

Asimismo, Argentina adoptó a lo largo de dicha década un uso más intensificado de fitosanitarios, inoculantes y fertilizantes. No conforme con ello, el uso de la siembra directa se amplificó hasta llegar a representar más del 40% a principios de este siglo. Más de dos décadas después, dicho guarismo se ubica en 90% de la superficie productiva nacional ​(

)​. En esta línea, según datos al año 2019, Argentina se posiciona como el segundo país del mundo en avance de adopción de agricultura de precisión, sólo detrás de los Estados Unidos ​(

)​.

En perspectiva, se destaca el robusto crecimiento productivo de estos tres cultivos en Argentina en las últimas dos décadas, apuntalados por la maduración de estas tecnologías en su aplicación local. Así, comparando el promedio de la década del 1990 con la cosecha 2021/22, encontramos un volumen productivo de granos que creció un 220%. Sin embargo, el Brasil mostró en el mismo período un alza productiva cercana al 340%.

En la década del noventa, el promedio de cosecha de soja, maíz y trigo de Argentina alcanza 65% de la producción de Brasil. En lo que respecta la primera década del actual milenio dicho guarismo crece hasta 69%, mientras que a partir de la siguiente década comienza la divergencia. Con la desaceleración en el crecimiento productivo de Argentina, este indicador desciende hasta 52%. Mientras que, en la campaña 2021/22 se arriba a 46% y en el ciclo 2022/23 la producción de soja, maíz y trigo de Argentina alcanzó solamente el 22% de la producción brasilera. Esto último, explicado por la conjunción de una cosecha récord de Brasil y una sequía histórica en Argentina que afectó a los tres principales cultivos.

Más allá de la excepción de la última campaña productiva, es menester destacar que en la campaña 2021/22, la producción brasilera de estos tres cultivos ya era más del doble a la argentina. Consecuentemente, es evidente que desde comienzos de este siglo la producción agrícola argentina ha marcado una tendencia descendente con relación a las cosechas de soja, maíz y trigo del Brasil.

Al analizar la evolución productiva agrícola, 

. Al analizar el caso comparativo de Argentina y Brasil, se vislumbran mejoras de productividad en rendimientos, pero el papel del área sembrada adquiere un papel de gran relevancia en el caso de Brasil y su crecimiento productivo en los cultivos de soja, maíz y trigo.

Argentina y Brasil registran una tendencia similar en el crecimiento del área cosechada de los tres principales cultivos (trigo, maíz y soja) entre la campaña 2000/01 y 2011/12. No obstante, a partir del ciclo productivo 2012/13 la brecha entre ambos países se comienza a acrecentar, con Brasil registrando un sostenido crecimiento en el área cosechada que persiste en la actualidad. En cuanto a Argentina, también sostiene un aumento del área cosechada, pero a un ritmo mucho más lento, sumado que en los últimos años se enfrentan dificultades para romper récords de área cosechada anualmente.

En la última década, las hectáreas cosechadas con estos tres cultivos crecieron en un 53% comparando la campaña 2012/13 con la 2021/22 en el gigante sudamericano. Brasil incorporó a la producción más de 250.000 km2. Para dimensionar este incremento de superficie sembrada, el mismo equivale a más que la superficie de todo el Reino Unido, o cerca del 90% de la superficie de la República del Ecuador. En ese interín, la superficie cosechada en Argentina creció solo 8%, muy debajo del ritmo brasilero. Al mismo tiempo, de cara al futuro, el USDA proyecta una continuidad del crecimiento del área en Brasil y una continuidad en el crecimiento de la brecha de área con Argentina.

En lo concerniente a los rendimientos, la productividad de la tierra en Brasil también creció más que en Argentina. En gran parte, la mejora de rendimientos en Brasil por encima de Argentina se explica por 1) la falta de incentivos para realizar nuevos desarrollos biotecnológicos que mejoren la productividad debido a normativas de derechos de propiedad en Argentina 2) el menor ingreso disponible de los productores argentinos para invertir en el proceso los procesos productivos respecto de los brasileros.

En cuanto al primer aspecto, los derechos de los productores de semillas están menos definidos y protegidos en Argentina en comparación con Brasil. Desde comienzos del nuevo milenio, ya se identificaban demandas por la actualización de la normativa que data de principios de 1973. Específicamente, las regulaciones de semillas tienen un impacto fundamental en trigo y soja.

En Brasil, cerca del 70% de las semillas utilizadas en la producción agroindustrial son fiscalizadas y reconocen derechos de propiedad. Por su parte, esta proporción se aproxima al 35% en la República Argentina, dividido en un 20% en semilla fiscalizada y un 15% de regalía extendida, decir, acordando entre privados ​(

)​.

Respecto a los menores ingresos disponibles de los productores en Argentina con su correlato en la inversión, se identifican dos determinantes principales en el país, uno de índole macroeconómico y otro microeconómico:

Considerando que en 2023 el tipo de cambio oficial fue, en promedio, un 50% más bajo que el del mercado libre, a lo que se suma el 33% de derechos de exportación, los productores de soja en Argentina recibieron apenas el 35% de los precios FOB en dólares estadounidenses al tipo de cambio del mercado ​(

4)​. Es importante destacar que, la existencia de tipos de cambio alternativos por la imposición de este cepo cambiario no se relaciona necesariamente con la presencia de regulaciones macroprudenciales, como las que existen en gran parte del mundo ​(

)​.

De esta forma, estos factores explican – en buena parte – la errática trayectoria de rendimientos productivos que ha experimentado la Argentina a lo largo de las últimas décadas. Si bien se han presenciado campañas productivas atravesadas por falta de las lluvias, el recorte del ingreso disponible de los productores derivado de la presencia de estos dos factores ha colaborado fuertemente en limitar el crecimiento del sector agroindustrial.

En términos comparativos, el derrotero de los rendimientos argentinos ha mostrado una importante pérdida de terreno frente al crecimiento brasilero. A principios de siglo los rendimientos promedio de soja de Argentina prácticamente igualaban a los de Brasil. Sin embargo, el promedio de las últimas cinco campañas (omitiendo la excepcional campaña 2022/23) denota que los rendimientos promedio argentinos hoy se ubican más de un 20% por debajo de los brasileros. No conforme con ello, se ha perdido terreno no solo en el cultivo de soja, sino también en maíz y trigo.

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) denomina Estimación de Apoyo Total (EAT) al “valor monetario anual de todas las transferencias que surgen de políticas de apoyo a la agricultura, sin discriminación de sus objetivos o impactos sobre la producción, ingreso o consumo de productos agropecuarios” ​(

)​. A este valor se le deducen los impuestos y cualquier detracción que se realice sobre los ingresos de los productores agropecuarios. Es decir, mientras los subsidios y créditos preferenciales al agro suman al EAT, los impuestos y tasas restan, obteniéndose el apoyo total neto de la diferencia entre uno y otro.

Aquí está la principal diferencia entre Argentina y Brasil: Entre el 2002-2021, el Estado en Argentina detrajo casi US$ 200.000 millones del campo y la agroindustria. Mientras tanto, el sector agrícola brasilero acumuló un apoyo positivo cercano a los US$ 190.000 millones, de acuerdo con el BID.

Mientras el estado argentino recaudó US$ 9.104 millones en derechos de exportación sólo en 2021 ​(

)​, el estado brasilero presentó recientemente su nuevo programa Plano Safra 2024/25, que espera dar financiamiento e infraestructura a los productores por un monto que supera los US$ 92.639 millones (508.590 millones de reales). El crecimiento de las cosechas brasileras se realizó con el impulso de los productores y el acompañamiento de los gobiernos.

Los sucesivos Plano Safra explican gran parte del apoyo neto positivo otorgado por Brasil a sus producciones agroindustriales. Este programa anual del Gobierno Federal tiene como objetivo apoyar al sector agrícola, ofreciendo líneas de crédito, incentivos y políticas agrícolas para los productores rurales, desde agricultores familiares hasta grandes productores ​(

)​. En este marco, el Programa Nacional de Fortalecimiento de la Agricultura Familiar (Pronaf) emerge como otro conjunto de créditos clave para la agricultura a menor escala.

No conforme con ello, el Programa de Modernización de Flota de Tractores Agrícolas e Implementos Asociados (Moderfrota) del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) ha tenido formidables éxitos en Brasil. Desde el año 2000 este programa viene elevando fuertemente el crédito agrícola para la tecnificación productiva del campo brasilero ​(

)​.

Los resultados están a la vista: de acuerdo con los Censos Nacionales Agropecuarios del Brasil, el número de tractores aumentó casi un 50% entre 2006 y 2017. De esta manera, se sumaron 409.189 unidades a la producción en poco más de una década, totalizando 1.229.907 unidades al cierre del censo agropecuario de 2017. No obstante, un aspecto de profundo interés es que el número de productores con tractores en sus explotaciones creció más de un 37%, haciendo hincapié en cómo ha crecido la tecnificación en productores que antes no hacían uso de estas tecnologías agrícolas ​(

)​.

Mientras tanto, si comparamos los Censos Nacionales Agropecuarios de Argentina, el panorama es diferente. Entre 2002 y 2018 la cantidad de tractores en Argentina cayó un 20,5%, pasando de 244.320 unidades activas a 194.145 ​(

)​. Más aún, sólo el 16% de la flota nacional de tractores en Argentina tenía menos de diez años de antigüedad en el censo del 2018, una proporción similar a la del año 2002.

En línea con lo comentado anteriormente, el sostenimiento de los derechos de exportación hace ya más de dos décadas por parte de Argentina es parte de la explicación del apoyo neto negativo que nuestro país otorga a su agroindustria, acompañada en la última década y media por la presencia de la brecha cambiaria. Mientras que, en conjunto, menos ingreso disponible para las cadenas agroindustriales implica necesariamente menores inversiones para apuntalar las cosechas y crecer en productividad. A contramano, la ausencia de derechos de exportación, tipo de cambio unificado y financiamiento productivo en Brasil, al impulsar el apoyo neto positivo, es lo que les ha permitido la incorporación de tecnología y crecimiento de la producción a niveles impensados hace algunas décadas atrás.

Además de la persistencia de los derechos de exportación y la brecha cambiaria, existe otro conjunto de factores que colaboran en explicar la divergencia en el desarrollo productivo de Argentina y Brasil.

Volviendo a la producción de soja, maíz y trigo, si la Argentina se hubiera mantenido con la misma relación de hace 20 años con Brasil (65% de la producción argentina en relación con la brasilera), actualmente la producción argentina de los tres cultivos debería totalizar 165 Mt. En la campaña 2021/22 la cosecha de soja, maíz y trigo en Argentina ostentó 116 Mt, una brecha de casi 50 Mt.

En un supuesto moderado de cierre de brechas tecnológicas e incorporación de hectáreas, hemos perdido la posibilidad de hacer crecer la producción cerca del 10% en el promedio de los últimos en 20 años. Tomando estas últimas dos décadas, posiblemente hemos dejado de producir un acumulado de 95 Mt de soja, 60 Mt de maíz, 33 Mt de trigo. A razón de 9,5 Mt más por año, y a los precios FOB actuales, estamos hablando de U$S 3.100 M anuales.

El relevante informe de Bisang y Felici (2024) contempla la incorporación potencial de hasta 6,5 millones de hectáreas a la producción extensiva de cultivos y variados escenarios de cierre de brecha productiva, con potencialidad de crecer entre un 10% y un 30% los rendimientos.

Dicho cierre de brechas y ampliación de la frontera agrícola necesariamente requieren un incremento del ingreso disponible de los productores agrícolas. Esto puede obtenerse con una menor o nula brecha cambiaria, un recorte de los derechos de exportación y un mejor contexto macroeconómico. Una merma en el peso de estos factores permitiría al sector agroindustrial argentino recuperar una senda de crecimiento más sostenible y con un aporte aún mayor para la economía argentina.

En un escenario intermedio de cierre de brechas, una ampliación de rindes de un 17%, en conjunto con la incorporación de estas 6,5 Mha adicionales (respetando la ley de bosques actualmente vigente en la República Argentina), la producción argentina puede crecer más de 44 Mt, considerando sólo soja, maíz y trigo. A los precios actuales, estamos hablando de una ampliación de la producción valuada FOB en US$ 13.000 millones por año. Cabe destacar que aún pueden profundizarse el análisis hacia las cadenas de girasol, cebada y sorgo.

En caso de lograr dicho crecimiento productivo, ese escenario nos podría retornar a la relación productiva que teníamos con el Brasil hace 20 años. Más aún, con una producción de soja volviendo a acercarse a las 60 Mt, podríamos reducir sustancialmente la capacidad ociosa de la industria oleaginosa argentina. Esto, sin considerar que la capacidad ociosa restante puede ser cubierta con importaciones desde países vecinos, colaborando en convertir a la Argentina en general y al Up River en particular en el gran polo de crush de oleaginosas del Mercosur.

A modo de conclusión, más allá de la excepcional sequía 2022/23, resulta evidente que las diferencias productivas entre Argentina y Brasil se han ampliado en los últimos años.


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