“Ahora sí que los domamos”. Con lenguaje tuitero, el área política de Javier Milei celebró en voz baja al considerar que esta semana dio un paso clave para asegurarse gobernabilidad.
Se podría considerar que dicha evaluación podría ser considerada un acto de mero voluntarismo. O producto de la creencia en las fuerzas del cielo. Eso sería atinado si sólo se tomaran en cuenta las dos derrotas del Gobierno en el Senado de la madrugada del viernes último, cuando se invalidó el DNU de fondos extra para la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) y se aprobó un mayor financiamiento a las universidades.
Sin embargo, en la Casa Rosada prefieren detenerse en otro episodio legislativo, al que consideran que expide una suerte de pasaporte a cierto blindaje político del oficialismo hasta los resultados electorales del año próximo.
Se trata del acuerdo formal e informal que el Gobierno extendió a sectores del radicalismo y de fuerzas provinciales para bloquear de ahora en más cualquier intento del Congreso, donde tiene amplia minoría, para imponerle una agenda diferente a la de sus objetivos y deseos.
El miércoles 11 se materializó esa obsesión que le quitaba el sueño a Milei, que igual duerme poco. Fue cuando la oposición no alcanzó los dos tercios de los votos en la Cámara de Diputados para insistir con el recálculo de la movilidad jubilatoria vetada por el Presidente, en nombre de mantener el equilibrio fiscal.
Puertas adentro del Ejecutivo, se festejó.
Hay que entender esa lógica, que se dispara hacia múltiples variables. Hacia adelante, el Gobierno siente que empodera su gestión al conseguir ponerle límites al Legislativo, que pasaría de una actitud hostil a un rol más testimonial, según esa optimista mirada oficialista. “Ya está, no joden más”, se sinceró una fuente oficial.
Por eso se le quita dramatismo en las filas libertarias al ya anunciado segundo veto presidencial, esta vez para invalidar el aumento del presupuesto universitario. Por un lado, porque Milei está convencido de que su rechazo no tendrá vuelta atrás. Por otro, evalúan que es mejor soslayar provocaciones que puedan activar otra marcha multitudinaria como la que impactó en el oficialismo en abril pasado.
Amén de la dimensión político-administrativa del paso gubernamental, se elucubra además, uno electoral. Tomó nota de las fragilidades opositoras en distritos en los que Milei alcanza niveles sociales de apoyo por encima de la media nacional. Y muy superiores a los que cosecha en la Ciudad de Buenos Aires y, sobre todo, en el Conurbano.
El combo está a la vista. Las complicaciones en los financiamientos de las provincias, la orfandad de liderazgos inequívocos en sus agrupaciones y la disgregación partidaria, han dejado a vastos sectores de la oposición a merced de las tentaciones que se pueden ofrecer desde la Nación, gobiernen o no sus territorios.
La atracción es transversal: PRO, peronistas, radicales y provinciales cayeron bajo su influjo casi irresistible. Con diferentes grados de exposición, claro. Los cinco diputados tránsfugas de la UCR, que hasta se hicieron el martes una selfie con el Presidente en la Rosada como si estuvieran en Disney, tal vez perdieron el pudor inhibitorio. “Pornográfico”, dijo justo Martín Lousteau, presidente del radicalismo.
Ese quinteto se llevó todas las marcas, cierto, pero resulta apropiado resaltar un dato de esa votación legislativa que anotó más el Gobierno que el periodismo, a veces demasiado entretenido en la provocadora catarata de insultos y descalificaciones presidenciales y de la jauría digital paraoficial. Fueron casi una treintena los diputados que resultaron funcionales en esa sesión a la aspiración mileista de que se mantuviera el veto al aumento jubilatorio.
Resulta una obviedad que si Milei mantiene o incrementa estos niveles de aceptación, la lista de seducidos se ampliará, en especial al ingresar en el año electoral y cuando se ingrese en el frenesí del armado de las listas.
Éste es uno de los motivos por los que el líder libertario dejó por un rato de lado su desinterés y desprecio por la rosca, para encabezar –al menos en lo presencial– tertulias negociadoras. A los diputados radicales mutantes hay que sumar legisladores dialoguistas de ambas Cámaras e incluso un acto formal junto a Jorge Macri, el jefe de Gobierno porteño.
En esa nueva táctica hay que entender también de dónde venía el oficialismo en el último mes. Sucesivas derrotas legislativas que no vieron venir (con el macrismo votando en contra por primera vez), escándalos en sus propios bloques (con expulsiones incluidas) y abultados pases de factura entre funcionarios de peso (como los que se adelantaron aquí entre Santiago Caputo y Guillermo Francos), obligaban a un cambio de estrategia si se pretendía esquivar el precipicio. Se procedió.
A su participación personal, el Presidente atendió la sugerencia de su hermana Karina y dio luz verde a la conformación de una mesa política mediana. Al habitual “triángulo de hierro” que los hermanos Milei forman con el asesor Caputo, se sumaron cuatro patas: el jefe de Gabinete, Francos; la ministra Patricia Bullrich, el vocero Manuel Adorni y el presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem. Se mantiene fuera de la convocatoria, al parecer ad eternum, la vicepresidenta Victoria Villarruel, a cargo del Senado.
En ese ámbito es donde se determinaron los últimos lineamientos y se barrieron bajo la alfombra las disidencias endógenas. Por el momento. Nunca se sabe.
Bullrich adquirió gran protagonismo en este flamante cuerpo decisorio. Su tarea en Seguridad es muy apreciada por Milei y la parte de la sociedad que lo respalda, más allá de ciertos “deslices” en su afán propagandístico, como la generación de una fake news desde la Policía Federal bajo su mando en torno a quién había arrojado gas pimienta a una nena en la protesta frente al Congreso. Atento a esas temáticas, Caputo le pidió que ordene la comunicación.
La ministra agrega un expertise que nadie en esa nueva mesa política tiene explorado: conoce el entretejido de las dirigencias provinciales de lo que fue el extinto Juntos por el Cambio, muchas de las cuales hicieron campaña a su lado tras derrotar en la primaria a Horacio Rodríguez Larreta. Le adjudican a Bullrich la persuasión a los cinco diputados radicales. Por eso su presencia en la foto con ellos y también con los senadores dialoguistas.
Justamente esa cumbre con representantes de la Cámara alta desnudó algunos de los agujeros que exhibe el recoleto entusiasmo oficial, que en público continúa con sus mensajes indignados en nombre de la “batalla cultural” y la diferenciación. Es que dicha reunión, con Milei a la cabeza, se había concretado tras el acuerdo con la UCR de que no se trataría el tema SIDE en la sesión del día siguiente. Puede fallar.
La errónea evaluación de lo que podía pasar en el Senado, donde se terminó de derogar por primera vez en la historia un DNU presidencial, expone una vez más los límites de las certezas del Gobierno. En estos nueve meses ha debido recalcular su rumbo más de lo que imaginaba. Pese a que Milei diga siempre lo contrario, acaso sea uno de los precios que se pagan por convertirse en casta para combatir a la casta.
Se podría considerar que dicha evaluación podría ser considerada un acto de mero voluntarismo. O producto de la creencia en las fuerzas del cielo. Eso sería atinado si sólo se tomaran en cuenta las dos derrotas del Gobierno en el Senado de la madrugada del viernes último, cuando se invalidó el DNU de fondos extra para la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) y se aprobó un mayor financiamiento a las universidades.
Sin embargo, en la Casa Rosada prefieren detenerse en otro episodio legislativo, al que consideran que expide una suerte de pasaporte a cierto blindaje político del oficialismo hasta los resultados electorales del año próximo.
Se trata del acuerdo formal e informal que el Gobierno extendió a sectores del radicalismo y de fuerzas provinciales para bloquear de ahora en más cualquier intento del Congreso, donde tiene amplia minoría, para imponerle una agenda diferente a la de sus objetivos y deseos.
El miércoles 11 se materializó esa obsesión que le quitaba el sueño a Milei, que igual duerme poco. Fue cuando la oposición no alcanzó los dos tercios de los votos en la Cámara de Diputados para insistir con el recálculo de la movilidad jubilatoria vetada por el Presidente, en nombre de mantener el equilibrio fiscal.
Puertas adentro del Ejecutivo, se festejó.
Hay que entender esa lógica, que se dispara hacia múltiples variables. Hacia adelante, el Gobierno siente que empodera su gestión al conseguir ponerle límites al Legislativo, que pasaría de una actitud hostil a un rol más testimonial, según esa optimista mirada oficialista. “Ya está, no joden más”, se sinceró una fuente oficial.
Por eso se le quita dramatismo en las filas libertarias al ya anunciado segundo veto presidencial, esta vez para invalidar el aumento del presupuesto universitario. Por un lado, porque Milei está convencido de que su rechazo no tendrá vuelta atrás. Por otro, evalúan que es mejor soslayar provocaciones que puedan activar otra marcha multitudinaria como la que impactó en el oficialismo en abril pasado.
Amén de la dimensión político-administrativa del paso gubernamental, se elucubra además, uno electoral. Tomó nota de las fragilidades opositoras en distritos en los que Milei alcanza niveles sociales de apoyo por encima de la media nacional. Y muy superiores a los que cosecha en la Ciudad de Buenos Aires y, sobre todo, en el Conurbano.
El combo está a la vista. Las complicaciones en los financiamientos de las provincias, la orfandad de liderazgos inequívocos en sus agrupaciones y la disgregación partidaria, han dejado a vastos sectores de la oposición a merced de las tentaciones que se pueden ofrecer desde la Nación, gobiernen o no sus territorios.
La atracción es transversal: PRO, peronistas, radicales y provinciales cayeron bajo su influjo casi irresistible. Con diferentes grados de exposición, claro. Los cinco diputados tránsfugas de la UCR, que hasta se hicieron el martes una selfie con el Presidente en la Rosada como si estuvieran en Disney, tal vez perdieron el pudor inhibitorio. “Pornográfico”, dijo justo Martín Lousteau, presidente del radicalismo.
Ese quinteto se llevó todas las marcas, cierto, pero resulta apropiado resaltar un dato de esa votación legislativa que anotó más el Gobierno que el periodismo, a veces demasiado entretenido en la provocadora catarata de insultos y descalificaciones presidenciales y de la jauría digital paraoficial. Fueron casi una treintena los diputados que resultaron funcionales en esa sesión a la aspiración mileista de que se mantuviera el veto al aumento jubilatorio.
Resulta una obviedad que si Milei mantiene o incrementa estos niveles de aceptación, la lista de seducidos se ampliará, en especial al ingresar en el año electoral y cuando se ingrese en el frenesí del armado de las listas.
Éste es uno de los motivos por los que el líder libertario dejó por un rato de lado su desinterés y desprecio por la rosca, para encabezar –al menos en lo presencial– tertulias negociadoras. A los diputados radicales mutantes hay que sumar legisladores dialoguistas de ambas Cámaras e incluso un acto formal junto a Jorge Macri, el jefe de Gobierno porteño.
En esa nueva táctica hay que entender también de dónde venía el oficialismo en el último mes. Sucesivas derrotas legislativas que no vieron venir (con el macrismo votando en contra por primera vez), escándalos en sus propios bloques (con expulsiones incluidas) y abultados pases de factura entre funcionarios de peso (como los que se adelantaron aquí entre Santiago Caputo y Guillermo Francos), obligaban a un cambio de estrategia si se pretendía esquivar el precipicio. Se procedió.
A su participación personal, el Presidente atendió la sugerencia de su hermana Karina y dio luz verde a la conformación de una mesa política mediana. Al habitual “triángulo de hierro” que los hermanos Milei forman con el asesor Caputo, se sumaron cuatro patas: el jefe de Gabinete, Francos; la ministra Patricia Bullrich, el vocero Manuel Adorni y el presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem. Se mantiene fuera de la convocatoria, al parecer ad eternum, la vicepresidenta Victoria Villarruel, a cargo del Senado.
En ese ámbito es donde se determinaron los últimos lineamientos y se barrieron bajo la alfombra las disidencias endógenas. Por el momento. Nunca se sabe.
Bullrich adquirió gran protagonismo en este flamante cuerpo decisorio. Su tarea en Seguridad es muy apreciada por Milei y la parte de la sociedad que lo respalda, más allá de ciertos “deslices” en su afán propagandístico, como la generación de una fake news desde la Policía Federal bajo su mando en torno a quién había arrojado gas pimienta a una nena en la protesta frente al Congreso. Atento a esas temáticas, Caputo le pidió que ordene la comunicación.
La ministra agrega un expertise que nadie en esa nueva mesa política tiene explorado: conoce el entretejido de las dirigencias provinciales de lo que fue el extinto Juntos por el Cambio, muchas de las cuales hicieron campaña a su lado tras derrotar en la primaria a Horacio Rodríguez Larreta. Le adjudican a Bullrich la persuasión a los cinco diputados radicales. Por eso su presencia en la foto con ellos y también con los senadores dialoguistas.
Justamente esa cumbre con representantes de la Cámara alta desnudó algunos de los agujeros que exhibe el recoleto entusiasmo oficial, que en público continúa con sus mensajes indignados en nombre de la “batalla cultural” y la diferenciación. Es que dicha reunión, con Milei a la cabeza, se había concretado tras el acuerdo con la UCR de que no se trataría el tema SIDE en la sesión del día siguiente. Puede fallar.
La errónea evaluación de lo que podía pasar en el Senado, donde se terminó de derogar por primera vez en la historia un DNU presidencial, expone una vez más los límites de las certezas del Gobierno. En estos nueve meses ha debido recalcular su rumbo más de lo que imaginaba. Pese a que Milei diga siempre lo contrario, acaso sea uno de los precios que se pagan por convertirse en casta para combatir a la casta.
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