La inflación en enero mostró signos de desaceleración después del pico alcanzado en diciembre, según datos del Indec. El gobierno celebra este descenso, atribuyéndolo a una tendencia a la baja en los aumentos de precios en los próximos meses. Sin embargo, las subas aún reflejan el impacto de la megadevaluación de diciembre, que elevó los costos y se trasladó a los precios en enero. Además, el incremento en las tarifas del transporte contribuyó a mantener los precios al alza.
Los alimentos siguen siendo un punto crítico, acumulando aumentos significativos en los últimos doce meses, especialmente en productos básicos como el pan, la harina y la leche. Esta situación presiona aún más sobre los salarios, que pierden poder adquisitivo día a día. Las negociaciones paritarias intentan contrarrestar esta pérdida, pero las empresas trasladarán estos incrementos a los precios.
La eliminación de subsidios también afectará las facturas de gas y luz, con aumentos pronunciados que impactarán en los hogares y en el sector productivo. A pesar de la desaceleración en enero, persisten dudas sobre la estabilidad de los precios, especialmente con la incertidumbre en torno al tipo de cambio.
La caída del consumo se erige como un factor determinante en esta desaceleración de la inflación. La recesión económica se refleja en la disminución de las ventas de bienes durables y de primera necesidad. La clase media se ve obligada a utilizar sus ahorros en dólares para cubrir gastos corrientes, mientras que la clase alta también recurre a la venta de divisas para mantener su nivel de vida.
Esta situación plantea interrogantes sobre la resistencia de la economía ante la pérdida del poder adquisitivo y la necesidad de medidas que reviertan esta tendencia. En resumen, la caída del consumo emerge como un factor clave en la dinámica inflacionaria, señalando la urgencia de políticas que estimulen la demanda y protejan el poder adquisitivo de la población.